¿Y si la tecnología fuera realmente accesible para todos?
Por Deyber Fonseca Araya el Friday, July 25, 2025

Vivimos en un mundo cada vez más digital, la tecnología ha avanzado a pasos agigantados y hoy no solo forma parte de nuestra rutina diaria, sino que también define muchas de nuestras decisiones personales, profesionales y sociales. Desde cómo nos comunicamos hasta cómo trabajamos o accedemos a servicios básicos, todo pasa por una pantalla, una aplicación y una conexión, sin embargo, hay una pregunta que rara vez se hace en voz alta:
¿Y si la tecnología fuera realmente accesible para todos?
Parece una pregunta simple, incluso obvia. Pero la verdad es que, si analizamos con atención, la mayoría de las soluciones tecnológicas están diseñadas solo para quienes ya entienden cómo usarlas. Los desarrolladores, diseñadores y empresas construyen productos que asumen un nivel mínimo de alfabetización digital, de habilidades motoras, de comprensión visual, de velocidad de lectura o de condiciones económicas. ¿Y qué pasa con quienes no cumplen esas condiciones?
Mucho se habla de la brecha digital en términos de acceso a dispositivos o internet y claro, es un problema real: no todos tienen un teléfono inteligente o una conexión estable, pero hay una brecha aún más profunda, y menos visible: la falta de accesibilidad en el diseño y desarrollo de la tecnología. Una persona con discapacidad visual, por ejemplo, puede tener un celular moderno, pero si la app que utiliza no es compatible con lectores de pantalla, está excluida. Una persona mayor puede tener internet en casa, pero si la interfaz está llena de botones pequeños, colores poco contrastantes y texto difícil de leer, también queda fuera. Incluso un niño que recién empieza a leer puede sentirse frustrado si una app educativa no considera sus habilidades.
Y estas personas no son pocas, ya que, según Naciones Unidas en el mundo, más de mil millones de personas viven con algún tipo de discapacidad, si a eso sumamos adultos mayores, personas con bajos niveles de alfabetización digital o aquellos en contextos vulnerables, estamos hablando de millones de usuarios potenciales que son ignorados sistemáticamente por la industria tecnológica. Estas no son fallas técnicas: son fallas de empatía y no afectan solo a personas con discapacidades permanentes ya que todos, en algún momento, podemos enfrentar una situación donde una tecnología nos resulta inaccesible: por una lesión temporal, por el entorno (ruido, luz, velocidad), por el idioma, el estrés, la edad o simplemente por falta de experiencia.
Cuando hablamos de accesibilidad tecnológica, no se trata solamente de una cuestión individual, la exclusión digital es también un problema social profundo, ya que amplifica desigualdades ya existentes. Las personas con discapacidad, por ejemplo, enfrentan obstáculos constantes para acceder a servicios básicos como la educación, el empleo o la salud cuando las plataformas digitales no han sido diseñadas para incluirlas, lo mismo ocurre con los adultos mayores, quienes a menudo se sienten aislados o frustrados ante herramientas que no toman en cuenta sus necesidades visuales, cognitivas o motrices.
Y si miramos hacia las zonas rurales o comunidades con baja alfabetización digital, la historia se repite, aunque algunas personas logran tener un celular o acceso a internet, la falta de interfaces comprensibles y amigables limita profundamente su posibilidad de aprovechar lo que el mundo digital tiene para ofrecer. Así se forma un círculo vicioso: quienes más podrían beneficiarse de la tecnología, terminan siendo quienes más dificultades enfrentan para usarla.
Para concluir considero que la inclusión digital no es un lujo ni una opción que se implementa “si queda tiempo”; es una responsabilidad ética que todos, desde desarrolladores hasta líderes de proyectos y empresas tecnológicas, debemos asumir con seriedad. Imaginarnos una tecnología que sea verdaderamente accesible para todos no es un sueño que debamos tener, es una meta perfectamente alcanzable si hay voluntad, empatía y compromiso. Porque al final del día, diseñar pensando en todas las personas no solo crea mejores productos, sino también un mundo más justo y humano.
Y tal vez, ese sea el verdadero sentido de innovar.